martes, 2 de noviembre de 2010

Días de oscuridad

Vortek en su tienda esperaba tranquilamente que tarde o temprano atacasen el puerto. Había doblado la guardia y convertido el sitio en una fortaleza. El tiempo corría en su favor. Sabía que no debía precipitarse y dejar que su enemigo diese el primer golpe. Se estrellarían contra los muros y carecían fácilmente ante el fuego de arqueros y matacanes. Sólo había que esperar. Examinó cuidadosamente todos los informes de Cecil. Era obvio que había dejado el listón muy alto. Vortek había tenido mucho cuidado de revelar a nadie la verdadera razón de su presencia. Frente a lo que querían hacer ver, la situación para ellos no era tan agradable. El puerto de Tir-Quanor no era el único frente activo. A miles de kilómetros el príncipe cautivo (ignoraba su verdadero nombre) había liberado ya varias ciudades. Tras perseguirle y aniquilar a la inmensa mayoría de sus tropas, había conseguido avanzar hasta las montañas y perder a sus perseguidores. Ahora Vortek tenía que averiguar si existía alguna relación entre ambos frentes o se trataba de mera coincidencia. El no veía relación alguna, pero dos ejércitos potentes, uno a cada lado de la frontera, atacando casi a la vez, era demasiada casualidad para no tener ninguna relación. La única relación que había conseguido elaborar es que hubiese alguna conexión a través de los enanos, que según se oía, habían refugiado al príncipe cautivo. Pero, el servicio de espionaje aseguraba que el rey Gilliot no quiso asociarse con los dragones, lo cual arruinaba su teoría.

Nadie podría decir exactamente que clase de criatura terrorífica era Vortek. A primera vista parecía un orco, pero su color vede y su aspecto mucho mas fuerte y terrorífico, descartaba esas teorías. Tampoco era un Uruk-Hai. Hacía ya años, los humanos habían dado con la clave para la clonación humana. Lo que había comenzado como una gran noticia debido a las vidas que se podían salvar con semejante descubrimiento, pronto  encontró su lado oscuro en la guerra. Cientos de fábricas de súper guerreros clónicos surgieron sobre la tierra. Variaban genéticamente el ADN para conseguir los mejores guerreros que podían. Mezclaban incluso ADN de distintas especies: la inteligencia de un human, modificada lo suficiente como para lograr la sumisión. La fuerza de un minotauro. La agilidad de una cabra montes. La vista de un águila. Y la dureza de un rinoceronte. Pero siempre había un elemento desconocido que se les escapaba que hacía que no todos los clones saliesen iguales. Por más que tratasen de controlar todas las variables, siempre algo se les escapaba y no todos salían iguales. Vortek era fruto de una de estas fábricas, de los mejores especimenes que habían salido en las últimas décadas. Ahora seguían investigando para darles la fuerza definitiva y conseguir el dominio total de la guerra: el control de la magia.

Tiempos oscuros en los que la búsqueda por un mayor poder habían consumido a la humanidad. Un desolador panorama de un mundo perdido, ávido del mal. Vortek era solo un peón en esa particular partida de ajedrez que los señores de la guerra se diputaban entre sí, pero ni el mismo lo sabía. Se creía tan importante que no podía ver esa visión global. Ni siquiera había oído hablar de los señores de la guerra. Solo conocía al suyo, ante quien debía responder. La posibilidad de reemplazar a Cecil era una gran oportunidad. Pero Cecil empezaba a ser una amenaza para su señor: había empezado a escuchar el susurro de su ya afónica garganta. Su honor e integridad trataban de abrirse paso. Algo había en su mundo que no le gustaba, su vida ya no era lo que el había soñado. El Señor de la Guerra no se fiaba ya de él, necesitaba a un nuevo comandante más moldeable, más sumiso, que no plantease ninguna de las órdenes recibidas. Vortek era un candidato ideal, ya que en las fábricas anulaban su voluntad con un método que era de los secretos mejor guardados del mundo.

Sin conocer el papel que le tocaba jugar en el curso de los acontecimientos, Vortek preparó la ciudad para un más que posible ataque, como si toda la guerra se fuera a decidir en aquel lugar. El príncipe cautivo había sufrido una severa derrota, pero había huido y podría volver a juntar algún ejército, aunque le llevaría mucho tiempo. Tal y como el lo veía, aniquilar la resistencia en Tir-Quanor aseguraría la victoria total y definitiva para su señor y la posibilidad de un alto cargo para Vortek. Su futuro podría depender de esa batalla, por eso no quería cometer ningún error.

 

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