lunes, 25 de octubre de 2010

La calma antes de la tempestad

La noche caía en el campamento de Tir-Quanor. Habían pasado varios días desde la llegada de Sir Draven con Vernon y el caballero oscuro. La noticia de la negativa de los enanos a unirse contra las tropas de Cecil había caído terriblemente. La desconfianza que Cecil había tratado de crear hacía Milady Qlix, también había dado sus frutos. Finalmente, tras arduas deliberaciones, habían decidido dejarla libre a condición de que se mantuviese neutral en la guerra. Lebren decía que era la mejor solución, ya que de ser ciertas las palabras de Cecil sobre ella, haría menos daño desde fuera que desde dentro. Y de ser falsas, no recibía de este modo castigo alguno.
Ahora estaban preocupados por todos los cambios que había en la guerra. Sin noticias de ataques desde la llegada del general Vortek, se preparaban para un combate en gran escala que seguramente decidiría el futuro de esa guerra. De perderse, la única resistencia contra Vortek habría sido destruida, por lo que era importante preveer hasta el último detalle, evaluar cada posibilidad. Había reunido en su tienda a sus altos mandos: Sir Draven como jefe de arqueros, Jud como jefa de infantería y el caballero oscuro como invitado.
- Maglor Vardamir murió hace varias semanas y aun no he conseguido reemplazarle como jefe de caballería. Si quieres, el puesto es tuyo, caballero oscuro.
- Gracias, Milady, pero os recuerdo que siempre he sido hombre de a pie. A lomos de un caballo no duraría ni medio segundo.
- Entonces los dirigiré yo misma, deberás sustituirme al mando de los dragones. No, no trates de negarte. Ya hace años que nos conocemos y se que puedes. Necesitan un líder, y no son fáciles de encontrar. Tu tienes el liderazgo necesario para guiarlos y la humildad necesaria como para que no se te suba a la cabeza. Además, será solo para esta batalla. Si ganamos, Tir-Quanor será libre de nuevo. Si perdemos... bueno, entonces sólo nos queda la eternidad.
- De cosas peores hemos salido, Milady. Recuerde el asedio que sufrimos la última vez que tuvimos el honor de tener al caballero oscuro la última vez. Jamás vi a nadie resistir un asedio tantísimo tiempo.
- Jud, todo es cuestión de proponérselo. Mucha gente habla de luchar como si supiese lo que realmente significa. Hasta que no pones todas tus fuerzas y sigues luchando incluso tras ser derrotado una dos, tres... mil veces, no sabes lo que es. Mientras queden fuerzas para luchar para lo que realmente importa.
- ¿Y que es lo que realmente importa, si puede saberse?
- Dejaros de filosofía, no es el momento. Hemos e decidir un plan de acción.
- Sugiero que mis tropas de infantería entren primero, tras diezmar sus defensas a base de arqueros.
- Jud, no creo que llevar la batalla a su terreno nos convenga.
- Pero podríamos simular un ataque y hacer como nos retiramos. Que nos persiguiesen y tenderles una trampa.
- La caballería podría cerrar la trampa con el resto de infantería.
- ¿Y cual sería mi labor?
- Tus dragones podrían entrar en la ciudad tras ver que el grueso del ejército de Vortek. Les cogería desprevenidos y tendríais una gran oportunidad contra ellos.
- Admito que es un buen plan, pero es arriesgado. Puede que a Jud no le de tiempo a llegar hasta la trampa. O que reciban órdenes de no abandonar el fuerte.
- No hay triunfo sin riesgo, amigo. Audaces Fortuna iuvat. Possunt quia posse videntur.
- Me vuelves loco con tus citas en latín, Lebren.
- Ni el mago más mago puede convertir el pan en pan, amigo. Estás loco desde antes que nos conociéramos.
- Ahora solo hace falta decidir el cuando dar el golpe. - dijo Jud - Soy partidaria de dar el golpe cuanto antes.
- Si, ahora está todo demasiado tranquilo.
- Es la calma que precede a la tempestad. Y no es la peor en la que nos vemos envueltos.
Sir Draven, que era el único que aún no había abierto su boca y se había limitado a asentir de cuando en cuado meditaba profundamente al ver hablar tan tranquilamente cuando se preparaba la mayor batalla que el habría vivido Parecía como si no temiesen a la muerte. Eran gente con más experiencia. Si esta no era la mayor tempestad a la que se habían enfrentado, ¿Cuál sería? Sentía una profunda admiración ya por Lebren, pero verla como trataba a Jud y al caballero oscuro, hacía extensiva su admiración hacía ellos. El aún no tenía toda esa experiencia, pero no tardaría en tenerla. Si sobrevivía, claro.

miércoles, 20 de octubre de 2010

De sorpresa en sorpresa

Tras duras negociaciones y subir la oferta por el supuesto rescate de Milady Qlix, Cecil volvía a su campamento tal y como había salido de él: solo con Kain, sin Milady Qlix y con un lío monumental en su cabeza. No había conseguido leer el rostro imperturbable de Lady Lebren en ningún momento. No sabía si había conseguido su objetivo de minar la confianza de su alianza con Milady Qlix. La confianza era algo tan vital, tan importante, que si había conseguido hacer una mínima brecha, podría ser suficiente como para decantar el futuro de esa guerra. Por otro lado, hasta sentía no tener una excusa para retirarse. Estaba harto de tanto combate sin sentido, de tanto derramamiento de sangre, de su maldito papel en el mundo en el que le había tocado vivir.
-          ¿Crees que hemos logrado algo?
-          No lo se – Cecil trataba de meditar en la pregunta que Kain le acaba de hacer. Parecía como si fuese capaz de penetrar en el caos de su mente y ver que era exactamente lo que le preocupaba.
-          Puede que simplemente no quieran que veamos que ceden.
-          O puede que el plan no haya dado resultado y volvamos al punto de partida. Casi hasta hubiera preferido que hubiese aceptado y tener una excusa para retirarnos de forma decente.
-          ¿Y tirar todo esto por lo que hemos luchado por la borda? ¿Tanta sangre derramada para renunciar a todo esto?
-          ¿Y que es exactamente por lo que hemos luchado? ¿Poder? ¿Riqueza? ¿Tierras? ¿Realmente vale la pena algo de eso?
-          Cecil… hablas como un desertor o un traidor.
-          Cumpliré con mi deber. Decidiremos el nuevo plan de acción en cuanto tengamos noticias de nuestro servicio de espionaje. Todo dependerá de si han convencido a los enanos para que participen en esta guerra y del resultado que nuestro intento de sembrar discordia tenga. Respecto a lo primero puede que tengamos noticias al llegar al campamento. En cuanto a lo segundo… puede que nunca lo sepamos.
-          Creo que perdimos el tiempo con esta treta.
-          Había que intentarlo Kain. Había que intentarlo.
Cuando quisieron darse cuenta tenían el campamento a menos de cinco minutos de camino. Cecil desconectó de la conversación y observo atentamente. Algo había que no le gustaba. Un nuevo destacamento se había plantado frente al campamento.
-          Vaya, vaya, vaya. Parece que los lamentables despojos humanos vuelven. – dijo el que parecía el jefe
-          Estúpidas criaturas. No sabéis con quien os la veis.
-          Si Cecil. Soy el general Vortek y vengo a remplazarte.
Tan rápido. Tan directo. Tan fulminante. Cecil sintió un frío escalofrío recorrerle su cuerpo a la velocidad del sonido, aunque nadie pareció percatarlo. El terrible orco verde le había desestabilizado.
-          Aquí estan mis ordenes. Según parece, te has vuelto blando. Sabemos que has tratado de llegar a un acuerdo con el enemigo, cuando no debíamos tener piedad para nadie.
-          Creo que subestimas el poder de la inteligencia sobre la fuerza. La situación ha cambiado
-          ¿Debido a ese caballero oscuro? Vaya, pareces sorprendido. Pues si, estoy informado de todos los pormenores. Se que te has encontrado con ese viejo conocido. Se que ha puesto esto patas arriba. Se que un solo hombre te ha desestabilizado mas que todos los ejércitos a los que te has enfrentado. Has servido bien, Cecil, pero ese caballero parece nublar tu juicio. ¿Nada respondes? Bien, lee las órdenes. Tu y Kain volvéis a la capital, donde se os licenciará y se os darán nuevas órdenes.
-          De todos los peligros, el mayor es subestimar al enemigo…
-          No seas absurdo. Le superamos en fuerza y número.
-          Y ellos os superan en astucia. El más astuto vence siempre al más fuerte.
-          ¡Les aplastaremos sin piedad y toda resistencia será borrada hasta del recuerdo! ¿De que te han servido tus frases y tu filosofía? Solo mencionar un nombre y tiemblas como una niña. Les aniquilaremos y sin necesidad de vuestra ayuda, ¡infectos humanos!
-          Buena suerte. La necesitareis.

lunes, 11 de octubre de 2010

Decisiones

Mientras, Sir Draven regresaba cabizbajo de su larga y dura entrevista con el rey Gilliot. Con mucha dificultad, había conseguido la libertad del caballero oscuro, Vernon y los demás. Pero ni toda la palabrería del mundo ni todas las buenas razones ni todos los argumentos habían conseguido hacer cambiar de opinión al rey. Jamás aprobaría la guerra. No creía en causa alguna ya encabezaba por humanos y no había más que hablar.
-          No estés así. Al menos, estamos libres. Y todo gracias a ti – dijo Vernon, rompiendo el incomodo silencio.
-          Tiene razón- dijo Susan – yo pensé que nos matarían.
-          Pero no he conseguido que se nos unan contra Cecil. Y puede que no consigamos ganar esta guerra sin ayuda.
-          Las guerras nunca se ganan, amigo. – dijo el caballero – Solo hay vencidos. – hizo una pausa como  reflexivo – El rey tiene que pensar en lo que es mejor para su pueblo. Y mandarlos a morir no es lo mejor.
-          Mantenerse neutrales o indiferentes tampoco les ayudará - murmuro Azriel.
-          Tal vez. Pero tampoco se equivocan al eludir la guerra. Estas criaturas apenas conocían el significado de las palabras guerra, discordia, maldad hasta que se cruzaron con los hombres… quizás fuese mejor para este planeta que desapareciésemos…
-          De todas formas, hemos de hablar un momento del partido que hemos de tomar de aquí en adelante. – dijo Vernon – Os he metido en una guerra que no os incumbe, Erik, Susan. Y os pido perdón por haber sido tan egoísta. En el fondo no quería afrontar esta situación solo… Pero el rey Gilliot tenía razón cuando dijo que podríamos sacado ya de aquí hace días. Y creo que es el momento de hacerlo
-          Pero queremos ayudar. Vosotros habéis hecho tanto por nosotros, que no podemos irnos así como así.
-          Ese no es el punto. – cortó el caballero oscuro – si vuestro pariente…
-          Mi padre – aclaro Susan
-          Eso, si tu padre estaba tan enfermo como para necesitar algo tan raro como el Esna, no podéis perder más tiempo del que habéis perdido ya. En su nombre, os ordeno que os marchéis y volváis a su lado. Si seguís con nosotros hacía esta guerra sin sentido no solo no podremos garantizar vuestro regreso, si no que puede que cuando este se produzca sea demasiado tarde. Volved, o todo esto habrá sido en balde. Por tu padre, os suplico que volváis a casa cuanto antes. Azriel, saca el pergamino que te di.
-          Toma…
-          No me lo des. Recítalo amarrándoles fuertemente. Quiero que les acompañes.
-          ¿Por qué? Yo quiero ir contigo.
-          Primero, necesitaran alguien que les acompañe. Si algo me han enseñado estos años, es que tener a alguien dispuesto a luchar por ti, es lo más valioso que uno puede tener. Segundo, tu les encontraste, justo es que acabes tu misión devolviéndoles sanos y salvos. Y tercero, si morimos en esta absurda guerra…
-          ¿¿¿Qué???
-          Si morimos en esta absurda guerra, al menos sobrevivirá alguno de nosotros para proteger estos lugares.
-          ¿No lo dirás en serio?
-          ¿Tengo pinta de estar de guasa?
-          Pero…
-          Te lo pido por favor… Te lo suplico
Azriel agarro con una mano a Erik y otra a Susan. Luchando por contener sus lágrimas ante la posibilidad de no volver a ver nunca más a su amigo pronunció entre sollozos unas incomprensibles palabras. En unos segundos, en donde estaban solo quedaban unas lágrimas mojando la tierra. Tanto Azriel como Erik y Susan habían desaparecido.

jueves, 7 de octubre de 2010

¡Parlamento!

En el campamento base de Tir-Quanor, reinaba una amplia expectación. Normalmente, esto sería algo normal de un día cualquiera. Pero esto no era lo de siempre. Los vigías habían dado la voz de alerta. Casi un millar de dragones cogieron sus lanzas al oír este grito de alarma. Lady Lebren se enfundo su casco rojo y cogió su espada de mandoble, cuya empuñadura estaba adornada con el motivo de una carabela humana. Estaban dispuestos a todo, preparados para cualquier cosa, cuando de repente el vigilante grito algo que no se esperaban:
   - ¡Parlamento! ¡Enarbolan bandera blanca!
   - ¿Puedes distinguir cuantos son? - preguntó Lebren
   - ¡Dos hombres a pie! Cecil es uno de ellos. Es quien lleva la bandera.
Lebren frunció el seño, notablemente extrañada. Si de alguien no se esperaba negociación, era de Cecil. Envainó de nuevo, mientras sus hombres esperaban sus órdenes.
   - ¡Descansen! Puede que sea un truco, pero hemos de respetar la bandera blanca. Veamos que se trae entre manos.
Los minutos que pasaron mientras Cecil y Kain se acercaban, transcurrían muy lentamente. La tensión en el campamento se podía respirar. Aun tras plantarse Cecil a unos pocos pasos de Lady Lebren, paso una eternidad hasta que alguno de los dos se atrevió a romper el silencio, como si estuviesen analizando todas las posibilidades y de una minuciosa partida de Ajedrez se tratara. Finalmente, fue Lady Lebren quien rompió dicho silencio, con un gesto claramente amenazador :
   - ¿Se puede sabre que demonios haces aquí?
   - Mi plan ha fracasado, mi terrible adversaria. Esta vez me habéis vencido, y odio reconocerlo así. - Cecil hablaba despacio, como si eligiese con cuidado cada palabra. Pero la Valkiria le ponía nervioso y se notaba.
   - Palabras, palabras, huecas, faltas de contenido. Todo se lo lleva el aire. Dices mucho y no dices nada.
   - Mi juego ha sido descubierto. Avisado por mis espías de que el caballero oscuro y Vernon andaban cerca, simule una discordia con Milady Qlix. Así podría colarla de espía y tratar de destruirles. Todo iba como la seda. Hasta que vosotros la capturaste y la descubristeis, ¡hijos de perra!
Cecil había ido regulando su voz hasta dar un tono entre frustración y cólera a su última frase.
   - Debiste elegir un espía menos llamativo, Cecil. Pero nunca he tenido por costumbre creerte. ¿Por qué habría de hacerlo ahora?
   - No te pido que me creas. Simplemente he venido a negociar su liberación. Sin su ayuda, no podremos seguir adelante en esta guerra. Y menos, si el caballero oscuro consigue convencer a los enanos de que se alíen contra mi. No, el escenario ha cambiado, ya no serias la única amenaza real en esta zona. Ya tenerte solo a ti de rival es duro sin la ayuda de Milady Qlix, pero quizás podríamos derrotaros en el campo de batalla. Pero si se os suman los enanos... ¡maldita sea! Juega duro ese maldito.
   - Es una valiosa prisionera, pero ¿quien me asegura que realmente no os ha abandonado tras ser victima de tu traición? ¿No será que tratas de que su ejército también se sume a nuestra alianza?
   - Su pérdida me sería demasiado valiosa como para permitirme traicionarla. No puedo seguir sin ella. Así que os ofrezco mi retirada a cambio como rescate.
Si algo no esperaba oír de labios de Cecil, era la palabra "retirada". Mientras meditaba, Cecil lanzó un saco repleto de monedas de oro hacía Lebren
   - Si mi retirada no os basta, estoy dispuesto a pagar un millón en oro por recuperarla.
   - Timeo danaos et dona ferentes. Vienes aquí ofreciendo mucho oro y devolvernos aquello que es nuestro y por lo que tanta sangre has derramado. Si antes desconfiaba de ti, ahora más aún.
   - Estoy en tus manos, Lebren. Todo se ha perdido, haz como desees.

martes, 5 de octubre de 2010

Lo que el bosque ocultaba

Cecil y Kain avanzaban despacio pero sin pausa a través del bosque. Jamás habrían podido saber que en la lejanía, Sir Draven les había podido ver. Pero Cecil era un hombre que siempre redoblaba sus precauciones. Tras recibir las noticias de que el caballero oscuro se dirigía al puerto de Korah-Kirk para volver a su tierra, resolvió reunir a su alto mando y decidir un nuevo plan de estrategia. Era bastante evidente que el caballero oscuro trataría de meter a los enanos en esta guerra. Su cabeza aun seguía luchando entre lo que debía hacer y lo que quería hacer. Llevaba demasiados años derramando sangre y cada vez estaba más harto. Pero no podía cambiar su destino. Había nacido con la marca de la oscuridad, y no podía desafiar a su señor.
Kain interrumpió toda la maraña de pensamientos que inundaba la mente de Cecil:
-          ¿Estás seguro de que es una buena idea?
-          Calla. Los árboles podrían oírte.
-          ¿No me digas que aun crees en esos cuentos de viejas que aseguraban que los árboles pueden hablar y oír?
-          Kain, tras ver todo lo que he visto, puedo creer en cualquier cosa. Los árboles que susurran por la tarde…
-          Solo es una canción absurda, Cecil.
-          Cualquier precaución es poca. No es solo la posibilidad de que los árboles puedan oírnos. Podría haber cualquiera oculto entre tanta maleza.
-          No tendrás miedo a que nos ataquen.
-          No seas absurdo, Kain. Pero si alguien descubre nuestras verdaderas intenciones… ¿Cuándo entenderás que la información es poder? El conocimiento, la sabiduría es el mayor don que alguien pueda tener. Pero la gente normal no lo entiende y prefiere acumular cosas perecederas como la riqueza…
-          ¿No es lo que hacemos nosotros?
-          Este es un triste oficio, Kain… ¿Nunca has soñado con poder cambiar tu destino, cambiar tu estrella? A veces odio mi vida… No me gusta tener que vivir de mi espada, quitar la vida no es algo agradable. Pero además, en virtud de mi cargo, no puedo dar muestras de debilidad o si no… ¡que diablos! Dejemos el tema en paz.
-          De acuerdo, Cecil. Pero sigo sin ver claro este plan para intentar dividir a nuestros adversarios.
-          Yo tampoco, pero es lo mejor que podemos hacer. No podemos ir a tratar de engañar a los enanos, ya que jamás nos harían caso. Y de ponerse en contra nuestra estaríamos perdidos. Es mejor que sigan por otro lado. A Lady Lebren la podemos hablar, pero conoce demasiado al caballero oscuro como para dudar de el. Así que hemos de aprovechar el eslabón más débil de su alianza. Y esta es Milady Qlix, hasta hace nada aliada nuestra.
-          Pero ofrecer un millón en oro y retirarnos me parece desproporcionado…
-          Eso es lo de menos Kain. Incluso aunque no acepten nuestra oferta, si sembramos la duda, la desconfianza haremos mucho. Ya ha ocurrido antes, y si no me remito a los libros de Historia. La confianza es algo tan valioso que por arrebatarla, ese millón que tanto valoras es pura calderilla.
-          ¿Crees entonces que tu plan tendrá resultado?
-          No lo se, Kain. Y francamente, casi ni me importa. He llegado a un punto en mi vida que ya poco me importa. Cumplo mi deber hacia nuestro señor y poco más. A veces desearía que mi vida fuese otra, que hubiese tenido otro destino. Pero no he tenido el valor necesario para cambiar mi estrella…
-          Ya llegamos. – interrumpió Kain – veremos como termina esto…

viernes, 1 de octubre de 2010

Sir Draven

Sir Draven era de los pocos en el ejercito de los dragones dirigido por Lady Lebren con título de Sir. Y eso no era lo más extraño. Era de los pocos humanos que se había ganado la confianza de los enanos. Y no solo de los enanos, sino de muchas otras criaturas que generalmente desconfiaban de la raza humana.
En cuanto le llegaron las ordenes, fue a su tienda en busca de su equipo. Un hermoso casco que cubría su cabello negro como el carbón, decorado con el dibujo de un dragón rojo. Una daga que se colgó. Y, por supuesto, su arma preferida, el arco. La mayoría de los dragones eran entrenados a ser expertos en el manejo de la lanza. Sin embargo, Sir Draven había mostrado desde su precoz niñez una habilidad innata en el manejo del arco. Por supuesto, había recibido un adiestramiento completo y podía manejar casi cualquier arma, pero su arco era especial.
Sir Draven puso rumbo en solitario hacía los dominios enanos. No era la primera vez que iba solo hasta allí, pero si la primera desde que Cecil se había hecho con la supremacía en ese territorio, por lo que debía triplicar las precauciones. ¿Por qué Cecil habría venido a esas tierras? A decir verdad, iba con bastante expectativa. Había oído hablar algo del enigmático caballero oscuro. Lady Lebren había hablado alguna vez sobre él, en un tono mezcla de admiración, respeto y embelesamiento. Sabía que habían sido compañeros de guerra hacía años, en los reinos del Norte, cuando Lebren era una de las mas terribles valkirias del mundo. Desde entonces, Lebren le tenía entre sus protegidos. "Si le tocas, te toco" solía decir a sus enemigos, con ese tono tan claramente amenazador.
Sir Draven avanzaba cada vez más lentamente. Procuraba no hacer ningún ruido, mantener sus cinco sentidos alerta. Tanta tranquilidad le tenía confuso. Ante cualquier cosa se agazapaba entre los matorrales y montaba su arco, como si esperase encontrarse de repente una horda terrible de orcos. Pero lo extraño es que no era así. Tanta tranquilidad le tenía totalmente inquieto.
De repente, vio algo que le llamó la atención. Dos figuras en la lejanía que avanzaban lentamente. Demasiados pocos para una patrulla. Se agazapo entre los matorrales y se aproximo lo suficiente como para ver sin ser visto. En seguido pudo distinguir que las siluetas no correspondían a criaturas monstruosas, como esperaba, sino a simples humanos. Acercándose un poco más pudo distinguir perfectamente los uniformes y casi las facciones. No había duda, era Cecil con su ayuda de campo, Kain.
Pero lo mas extraño no era ver a estos do hombres, sino ver que enarbolaban la bandera blanca de parlamento. Trataba de acercarse más, para tratar de captar alguna conversación y averiguar así sus intenciones, pero era demasiado arriesgado. Además, aún tenía que ir a ver al rey Gilliot en busca del caballero oscuro. Esperó un poco más. Pudo ver como los dos hombres se dirigían hacía el campamento de Tir-Quanor. Sir Draven dudo por un instante. ¿Debía continuar con su misión? ¿O era mejor avisar a Lady Lebren de la presencia de Cecil? Su cabeza se debatía entre las dos opciones, tratando de analizar sus opciones, sus pros, sus contras, ver que era lo mejor.
Finalmente decidió dirigirse hacía los túneles del reino de los enanos. Al fin y al cabo, los dos hombres avanzaban demasiado despacio como para poder sorprender a la guardia de Tir-Quanor. Y además, llevaban bandera de parlamento. Y no eran más que dos. Por otro lado, Lady Lebren difícilmente perdonaría que hubiese descuidado su misión. Así que retrocedió lentamente, confundiéndose entre los matorrales hasta que las dos siluetas humanas quedaron demasiado lejos como para poder distinguirlas.
Siguió su camino hasta los túneles que delimitaban el reino de los enanos. Instintivamente, volvió a mirar detrás suya antes de entrar. Avanzó entre los túneles, hasta encontrar la aterradora figura de Garlick con su hacha. Suspiro profundamente antes de elegir uno de los dos túneles. Sabía perfectamente el camino. Pero conocía bien al rey Gilliot y que no era alguien fácil de convencer. La raza humana había hecho tanto mal, que ya no se fiaba de casi ningún humano. Sir Draven atravesó el túnel, sin saber muy bien que encontraría al otro lado...